Carta del socio y profesor de la Escuela de Ingeniería de Bilbao D. IBON ZAMANILLO ELGUEZABAL

Con afecto y cariñoso recuerdo a los socios y personal de la Sociedad Bilbaina:

Con cierta frecuencia, quizá mayor con el paso de los años, me viene a la memoria un documental que tuve la suerte de encontrar una tarde de Domingo, mientras mataba el tiempo apretando con desgana todos los botones del mando a distancia del aparato de televisión. Hablaban del Hombre, hablaban de él como especie, imagino, y al referirse al Hombre en tercera persona daba la sensación de que la voz “en off”  que narraba, no quería verse incluida en esa misma especie. Al menos se situaba a una distancia suficiente, como para acumular cierta legitimidad para sus reflexiones.  Me capturó el tono del discurso, que no la fotografía, y allí me quedé.

La evolución, el ser social, el sentido de pertenencia, el ser humano como ser creativo… y de repente una frase, que ya me apropié desde entonces: “el ser humano es único en la Creación pues ha sido capaz de adaptar a sí el entorno, a diferencia de las demás especies obligadas a ser ellas quienes se adapten…”. Cierto, nada nuevo hasta aquí. Pero añadió: “…y de forma tan sofisticada hasta nuestros días, que habiendo desarrollado tan gran número de diferentes entornos se ha visto obligado a poner en juego de nuevo, toda su capacidad de adaptación.” Claro, pensé. El entorno laboral, el familiar, el entorno de las amistades, distintos entornos para diferentes aficiones, el txoko… en cada uno de eso entornos parecemos versiones diferentes de nosotros mismos.

¿Fracaso humano, entonces? ¿Para qué tanto esfuerzo en adaptar el entorno, si finalmente debemos someternos al proceso de adaptación como otras especies inferiores? Aquí lo dejo, no se preocupen. Yo mismo empiezo a notar la pedantería.

Una de las grandes crudezas de la vida es encontrarse a uno mismo siendo partícipe de una conversación en la que se habla sobre la juventud y oírse utilizando, casi exclusivamente,  la tercera persona bien en singular o bien en plural. Uno no sabe muy bien cómo ha sido, pero ahí está el reconocimiento tácito de la inevitable e insoslayable realidad humana. Algunas de estas conversaciones son muy apasionadas y uno escucha posturas llenas de determinación. Parecería que desconfiamos de la capacidad de  la generación que nos sucede para mejorar el legado que le traspasamos. “No como hemos hecho nosotros”, faltaría decir. “Ya no tengo ninguna esperanza en el futuro de nuestro país si la juventud de hoy toma mañana el poder, porque esta juventud es insoportable, a veces desenfrenada, simplemente horrible”. Podría ser un comentario escuchado en una de esas conversaciones. Y sin embargo se le atribuye a Hesiodo, hace casi 2.750 años.

Como docente universitario he tenido una perspectiva única, y subjetiva, sobre la juventud a lo largo de estos más de 20 años de ejercicio. Seguramente muy sesgada por mi propio entorno,  debería decir. Yo mismo no puedo evitar echar de menos en mis estudiantes de ingeniería algunas de las habilidades que, quizá con cierta suficiencia y grandes dosis de indulgencia, atribuyo a quienes a principios de los 90 terminamos nuestros estudios. Madurez, sentido crítico, creatividad, capacidad de abstracción y de reflexión, habilidades de síntesis y análisis… incluso voluntad y vocación por el esfuerzo.

¿Cómo es esta juventud? Seguramente de todas las formas en las que se la ve. Y  seguramente también, según cuánta influencia reciba de cada uno de los diferentes entornos a los que se exponga.

Pero es cierto. Porque el entorno nos obliga. El entorno nos exige. El entorno establece unas expectativas y desarrolla un peculiar modo de valoración del individuo. De nuestra forma de actuar, nuestra forma de pensar, nuestra forma de hablar... Recuerdo a mi profesora de “Lengua” de segundo de B.U.P. De las muchas lecciones que me enseñó, la que se mantiene más fresca y presente en mi memoria es aquella sobre la diferencia entre lengua y habla. Y no sólo la diferencia entre ellas, sino la conclusión que vino después: “una explotación rica de la lengua se fundamenta en el dominio de muchas hablas. Y en saber elegirlas en cada caso”. De nuevo, el entorno.

Así, claramente, percibí un entorno único la primera vez que visité la Sociedad Bilbaina. Acompañaba a mi padre, a quien debo agradecer que me hiciera socio siendo joven. La cordialidad cortés y respetuosa que se respiraba en todos los ámbitos de la Casa y que hacían juego con la amable comodidad de sus instalaciones. El cuidado en los detalles, no como en las tiranías estéticas tan de moda hoy en día, sino al servicio del gusto y del disfrute, como elementos de un entorno que nos obliga a adaptarnos gozosamente. Y así, desde entonces, busco ese entorno y me encuentro buscando lo que de mí, mejor se adapta a él.

Creo que, como mi padre, haré que mi hijo disfrute de nuestra Sociedad desde joven.

Ibon Zamanillo Elguezabal

PROFESOR ESCUELA INGENIERÍA BILBAO

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