Queridos socios y asociados:
Cuando hablé con nuestro Presidente para colaborar en esta iniciativa, lo cierto es que lo primero que me vino a la cabeza fue quejarme, gritar. Y hacerlo desde el punto de vista de mi vida profesional, que no es sino la perspectiva del Estado de Derecho, de nuestros derechos. Reflexionar sobre por qué nos han usurpado, y, lo que es más grave aún, por qué lo hemos tolerado, una serie de libertades fundamentales bajo el supuesto amparo de un tipo de estado de emergencia, el de alarma, que tal y como lo diseña nuestra Constitución, difícilmente da cobertura a esta restricción generalizada e indiscriminada. Por qué unas medidas, inicialmente justificadas para evitar una situación de colapso sanitario, ya evitado y superado, al menos de momento, se mantienen, y hasta qué punto eso es legal y, es más, moral.
Sin embargo, a mí, nuestra querida “Bilbaina”, la de la calle Navarra, me inspira pensamientos y recuerdos mucho más gratificantes y elevados que los que me genera una situación tan increíble y, sobre todo, tan nefastamente gestionada como la actual. En todas esas ocasiones, el elemento común es la sensación de disfrutar, siempre en buena compañía, de una experiencia única, desde el mismo instante en que te abren la puerta y te saludan al entrar al ascensor. Un sitio donde te puedes encontrar tanto a Phileas Fogg como a Mario Vargas Llosa. Y ambos te saludarán con la misma naturalidad.
Y esos instantes son los que, entre otras muchas cosas -ni qué decir tiene las vidas perdidas, los negocios arruinados, la vida sin miedo-, nos ha quitado esta situación y quienes la gestionan. En un primer momento, de una forma, en mi opinión, razonada, proporcionada y justificada, pero, a día de hoy, empiezo a tener la convicción -y, como yo, creo que cada vez más gente- de que ya no se dan las circunstancias que legitimen la suspensión, indefinida aún, de la esencia misma de la libertad individual. Nos han privado de salir a la calle, pero también de mucho más, de la posibilidad y capacidad de disfrutar, de compartir con los nuestros, de reunirnos con nuestras familias y amigos. Y asistimos, impasibles, a la constatación de una ciudadanía asustadiza, que amenaza a su vecino sanitario o al que trabaja en un supermercado, que no quiere volver a sus puestos de trabajo porque está atenazada por el miedo. Ese miedo que va a prolongarse mucho más tiempo que la prohibición de circular por las vías públicas.
Durante varias horas del día de hoy, los termómetros de Bilbao han marcado 23 grados. Sin embargo, cuando me he asomado a la ventana, las pocas personas que andaban -también hoy, por fin, había niños paseando- lo hacían abrigadas, además de llevar los guantes y mascarillas, como si el termómetro marcase muchos menos grados.
Y es que la sensación es la de un duro invierno, la de una nevada sin fin, la de una ventisca incontrolada. Y donde mejor se está es en nuestras casas, con nuestras cosas. En nuestros hogares, aunque, por primera vez para muchas generaciones, tampoco el hogar es el lugar donde estábamos a salvo de casi todo.
Lo cierto es que, por primera vez (¡lo que me estoy acordando de mi abuelo materno, “un niño de la guerra”, y de su obsesión por la austeridad y el buen humor!), estamos viendo una cara de la realidad que, en el mejor de los casos, habíamos leído o visto en alguna película. Una realidad que, en un ejercicio muy propio de la sociedad actual, iba siendo borrada y asumida como de otra época.
El problema no son las cosas que nos pasan, sino no estar preparados para que nos pasen. Y esto, es aplicable a todos los órdenes de, ahora, nuestra asustada vida. Pero si lo pensamos, no sólo en temas de salud, sino también de economía, de deporte, de relaciones humanas… si estamos preparados, seremos capaces, al menos, de que no nos superen los acontecimientos. Y sí, haber anticipado la desgracia no evita el sufrimiento, pero te permite prepararte para ella.
Estamos en una sociedad, la occidental o, al menos la europea, donde el que más grita es, de forma general, el que más consigue, donde el que menos vergüenza tiene, con frecuencia, llega más lejos. Y eso ocurre porque vivimos en una sociedad poco acostumbrada a los problemas y, por evitarlos, la mayoría de la gente, cedemos y cedemos. Y esto en política, nuestro País es un claro ejemplo, supone que arrogarse derechos infundados, quejas sin razón, si se repiten convenientemente y se compran los favores adecuados, normalmente con dinero ajeno, se acaban convirtiendo en verdad, más bien en dogma. Vivimos muy pendientes de nosotros mismos, pero en el día a día, sin darnos cuenta que el día a día viene marcado por los que nos marcan el año a año.
Y en estos momentos necesitamos levantar la cabeza, por orgullo, por necesidad, por proteger a los nuestros, porque nuestra gente sigue mereciendo que le dejemos un mundo mejor que el que recibimos. Y eso, desgraciadamente, no nos lo van a dar ni nuestros mayores (a los que tanto debemos, desde la vida), que suficiente van a tener con superar el susto y secuelas de esta época, ni la mayoría de nuestros representantes, por muy democráticamente que les hayamos elegido.
Y yo soy de los que pienso que esta tempestad hubiera superado a casi todos, con independencia de sus responsabilidades políticas. Si bien, en distintos grados, y ahí es donde sí estamos viendo relevantes diferencias en la forma y altura de afrontar la situación.
Tenemos múltiples ejemplos en nuestra historia de momentos más trágicos y graves que el actual. Y no, esto no es una guerra. ¿De verdad creemos que una guerra se pasa en casa, con Netflix, Facetime, wifi, los supermercados llenos? Me parece hasta ofensivo comparar esto con una guerra. Pero sí debemos afrontarlo como merece. ¿Vamos a caer en el adanismo de pensar que en estas situaciones hasta ahora nadie había hecho nada bien?
Miremos al pasado, pidamos a nuestros políticos que se rodeen del mejor talento. Que con frecuencia será el más sénior. Parafraseando a Newton, que se suban a hombros de gigantes.
Es cierto que debemos superar una situación sanitaria como nunca hemos vivido estas generaciones, que las medidas económicas son necesarias para reducir los efectos. Pero, lo siento, la situación actual no va solo de esto.
¿De verdad que alguien piensa que nuestros médicos, enfermeros, policías, soldados, transportistas, farmacéuticos, gasolineros, limpiadores… toda la gente que se está jugando la vida en estos momentos por el resto, sólo necesita, como ciudadanos, que le digamos que el despido se prohíbe, los impuestos se difieren en su pago o que les aplaudamos…?
No, es un momento extraordinario, y eso requiere hombres y mujeres extraordinarios, que sepan levantar la cabeza, que sepan hacerse buenas preguntas, pensar qué va a pasar el día después, qué vamos a hacer entonces, que demuestren unos sólidos valores, que arrastren demostrando de lo que están hechos, que lloren en sus habitaciones sin perder la sonrisa con su gente, en definitiva, líderes de verdad, de los que afronten la situación con verdad y sin pantallas de plasma.
Se buscan.
Pablo Sanz Gutiérrez
SOCIO Y ASESOR FISCAL