Amigos de la Sociedad Bilbaina:
EL ENCANTO DE LA TERCERA EDAD
Mediante estas líneas intento enviar un mensaje de ánimo con algunas reflexiones para quienes vivimos la tercera edad y nos toca afrontar ahora una devastadora pandemia, ante la que somos especialmente vulnerables.
Ser mayor es un valor en la vida. La sociedad no puede perder la aportación de sabiduría que tanto tiempo ha costado adquirir a sus mayores. Sin embargo, no es la actual una época de nuestra historia que se destaque por el merecido reconocimiento de aquellos que han alcanzado una edad avanzada. Por fortuna, la situación es bien distinta en la Sociedad Bilbaina, donde los mayores recibimos una especial consideración. Basta con referirse al acuerdo que periódicamente toma su correspondiente Junta Directiva: “promover a la categoría de Socio de Honor por motivo de su permanencia como Socio de Número durante 50 años y extender diploma para recuerdo de tan señalado hecho”.
La sociedad forma a los jóvenes para hacer frente a la vida, pero no prepara para la vejez, que hoy es larga. Somos nosotros mismos quienes tenemos que cubrir esta carencia, empezando por aprender que, de alguna forma, vamos a ser tan ancianos como se nos antoje. Depende de nuestro esfuerzo por mejorar el estado de ánimo y de saber adaptarse al papel que es propio de nuestros años. El doctor Lain Entralgo afirmaba que no hay jóvenes y ancianos sino jóvenes y enfermos, porque quien goza de buena salud no es un anciano. Por otro lado, debemos entender que el carecer de obligaciones laborales no implica estar desocupado, más bien, supone emplear cada día para lo que más nos guste ¡todo un lujo! Quien está con disposición de aprender, enseñar, ayudar y disfrutar de las muchas oportunidades de ocio que ofrece la sociedad actual vivirá sobradamente entretenido y sin tener sensación alguna de vacío o falta de motivación. Viene a mi memoria la respuesta de un amigo y compañero de trabajo a quien preguntaba qué tal le iba la jubilación: “Muy bien, pero no entiendo de dónde sacaba tiempo para ir a la oficina”. Mi amigo había aprendido a envejecer.
Cuando somos jóvenes creemos que la vida es larga y que no tiene fin el tiempo para hacer cuanto aspiramos. Pero cuando la vida se va acabando nos parece que no hemos tenido tiempo para casi nada. Este sentimiento es hoy mayor, confinados en nuestra casa, con la incertidumbre del futuro que nos queda. De aquí que resulte oportuno recordar lo temporal de esta situación y que pronto volveremos a contar con tiempo para hacer muchas cosas y, por supuesto, para encontrarnos en La Bilbaina. Seguiremos disfrutando del encanto de la tercera edad.
Si todas las edades tienen su encanto ¿dónde está el atractivo de la tercera edad que ahora nos toca vivir? La contestación viene, precisamente, del mismo hecho de que ya somos mayores. Estamos en el maravilloso otoño de la serenidad, sin grandes obligaciones, lo que nos facilita cierta estabilidad y gozar de lo que tenemos. Terminaron los problemas inseparables de una actuación profesional ya distante. Además, nuestra madurez facilita el apreciar de forma realista la magnitud del hecho que nos desagrada y que no merece la pena enfadarse y estropearnos el día.
Recordar el pasado no supone recuperarlo, porque se fue para siempre, ni es posible sentirse o actuar como un joven, lo que puede hasta resultar ridículo. Se trata simplemente de aceptar las renuncias a que obliga nuestra edad, apreciando lo que tenemos y actuar en consecuencia, sin perder la ilusión o el entusiasmo. Otros muchos compañeros de antaño se han quedado en el camino y no alcanzaron el privilegio de vivir tantos años.
Con mi afecto y el deseo de que todos disfrutemos del encanto de la tercera edad.
José María Tobar Ochoa de Alda
SOCIO DE HONOR