Queridos socios y asociados:
Giré a la derecha para enfilar la calle Navarra, y a los pocos pasos vi el más que centenario e imponente edificio de Emiliano Amann con su orgullosa bandera roja y blanca ondeando, centrada en la fachada. Me vi reflejado en las ventanas del Bar Inglés al pasar por enfrente y me pregunté quién me observaría desde su interior.
Nuevamente giré a la derecha y mientras me acercaba, me vino a la memoria la escena de la divertida y sarcástica novela de Juan Bas, “Alacranes en su tinta”, cuando a su protagonista Pacho Murga, cuarentón y vividor bilbaíno donde los hubo, le impidieron la entrada a la Sociedad Bilbaina ya que su padre había dejado de pagarle las cuotas.
Me abrieron con anticipación la puerta de acceso con sus bronces relucientes. “Good morning Sir!” me dijo Iñaki en perfecto inglés. Le devolví el saludo en el mismo idioma y como tenía tiempo decidí tomar un aperitivo en el bar, también inglés. Al entrar había solo dos elegantísimas socias sentadas en el chéster rojo, charlando en voz baja. Nuestro cruce de miradas también se convirtió en un saludo discreto. Antonio me miró desde la barra, adivinó y verbalizó lo que siempre tomo, una cerveza. ¡Qué gusto! Aproveché para ojear el periódico, pero todo era una pandemia de alarmantes noticias.
Ya era casi la hora en la que había quedado con Juan Carlos para almorzar, y fumarnos un puro después. Yo solo fumo puros con Juan Carlos y en el Salón Bilbao. Me dirigí al ascensor e Iñaki me envió, sin que yo tocase un botón, a la Segunda Planta, me concentré en el menú del día enmarcado dentro de la cabina de madera. Todas, todas las propuestas gastronómicas de Carmelo eran apetecibles por lo que no tomé decisión alguna, lo haría ya sentado a la mesa, de forma sosegada.
Ya en destino me fui a lavar las manos, eso recomendaban los expertos por el COVID19, y me encontré de frente con el salón Gibraltar, lugar donde celebré mi boda y donde dicen que se reunía el espía del MI6, Arthur Patrick Dyer durante la Segunda Guerra Mundial y los albores de la Guerra Fría.
Con esta intriga me acerqué al Comedor atravesando nuestro particular “hall of fame” bajo la atenta mirada en blanco y negro de todos los ilustres presidentes y ahí, a puertas del refectorio me esperaba Jesús para indicarme que Juan Carlos había llegado, luciendo su nueva corbata 180º Aniversario y que estaba sentado en unas de las mesas con vistas sobre el Arenal y el Teatro Arriaga, cuyo incendio en 1914 deberían haberse visto desde esa misma ventana cuan espectáculo pirotécnico.
¡Algo me sobresaltó, coño! Me había despertado de la siesta del vigésimo sexto día de confinamiento, pero a pesar de estar cerrado por Real Decreto, que bien me lo estaba pasando en nuestra Sociedad Bilbaina.
Javier Bicarregui Garay
SECRETARIO